Vivir


Vivir, es vibrar a cada instante, ante la emoción de percibir la maravilla de la creación que nos rodea.

Vivir, es entender que cada minuto que transcurre no volverá. Es atraparlo intensamente, porque forma parte del tiempo, que sabemos ha quedado en el ayer.

 Vivir, es saber dar lo mejor de nosotros, es vibrar en la bondad, y llevar a su máxima expresión, nuestra capacidad de ser.

Vivir, es gozar los momentos bellos y desafiarse a sí mismo ante las adversidades.

Vivir, es aprender más cada día, es evolucionar y cambiar para hacer de nosotros un ser mejor que ayer, un ser que justifica su existir.

Vivir, es amar intensamente a través de una caricia, es escuchar en silencio la palabra del ser amado. Es perdonar sin réplica una ofensa, es aspirar la presencia del otro, es besar con pasión a quien nos ama.

 Vivir, es contemplar apaciblemente, la alegría de un niño, escuchar al adolescente aceptando sus inquietudes sin protestar, acompañar con gratitud la ancianidad en su soledad.

Vivir, es comprender al amigo ante la adversidad y aunque se tengan mil argumentos para contradecirlo o justificarlo, finalmente sólo escucharlo, es tener la capacidad de regocijarme ante sus triunfos y su realización.

Vivir, es sentir que nuestro existir no fue en vano y en la medida en que nos atrevamos a dar lo mejor de nosotros en cada momento, logremos manifestar la grandeza de nuestra alma para amar.

Vivir, es permanecer en paz ante la presencia de Dios, contemplando en silencio la inmensidad de su Ser.

Vivir, es vibrar y sentir, es amar y gozar, es observar y superar, es dar y aceptar, es ser y permanecer, es comprender que nuestro tiempo es lo único que poseemos para realizar plenamente nuestro ser.

 Autor Desconocido


 

"....devuélvete a tí mismo, y el tiempo que hasta aquí se te quitaba y se te hacía perder, aprende a aprovecharlo. Puedes estar convencido: nuestros momento preciosos, o nos los quitan, o nosotros mismos los dejamos escapar. Y la pérdida más vergonzosa es la originada por nuestra negligencia, reflexiona y verás que una gran parte de la vida se invierte en hacerlo mal, otra parte en no hacer nada, y el todo en hacer lo contrario de lo que debiera hacerse..."
                                                                     
Séneca

La historia del monje y su discípulo

Un monje y su joven discípulo realizaban una larga travesía juntos. Este monje era un hombre santo y su discípulo sentía una profunda admiración por él. Entre los votos que él había realizado, estaba el de no tener contacto físico de ningún tipo con ningún otro ser humano.
  Una mañana llegaron a la orilla de un río, de agua tranquila y cristalina, que en una parte se angostaba, en ese lugar era poco profundo y con un fondo rocoso, que hacia más sencillo su cruce. Allí se encontraba sentado un pobre anciano, abrumado y fatigado, ya que había intentado infructuosamente cruzarlo, pero sus débil cuerpo no se lo había permitido. Para gran sorpresa del discípulo, el monje subió y sujeto su túnica, levanto en brazos al anciano y lo cruzó y depositó del otro lado del río.   Continuaron su camino durante horas en silencio; pero al joven discípulo no dejaba de torturarle el pensamiento de que su santo Maestro había faltado a sus votos... eso era seguramente algo muy malo... pero no encontraba la forma de decírselo sin sentirse soberbio o censurador...  y ¿quien era el para juzgar a su Maestro?   De pronto el monje sugirió que se detuvieran a la sombra de un enorme y antiguo árbol para poder comer y descansar un poco. Luego de haber comido, y consumido por el remordimiento y la intriga, el joven discípulo tomo coraje y preguntó, de la mejor manera que pudo, a su Maestro el porqué había cruzado al anciano, faltando así a sus votos.   El monje lo miro detenidamente y guardo silencio por un momento, que al joven le pareció una eternidad, y entonces dijo: "Hijo mío, tu aún cargas con aquel pobre anciano, yo hace cuatro horas que lo deje al otro lado del río".



Una antigua leyenda Noruega

 
Cuenta una antigua Leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien cuidaba una Ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua.
 
Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la cruz y dijo: - "Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en La Cruz." Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Efigie, como esperando la respuesta. El Señor abrió sus labios y habló.
 
Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: - "Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición." ¿Cuál, Señor?, - preguntó con acento suplicante Haakon. "Es una condición difícil." - ¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!, - respondió él viejo ermitaño.
 "Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre." Haakon contestó: Os, lo prometo, Señor!.
  Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y Este por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada.
 
Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Y tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje.
 
Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: ¡Dame la bolsa que me has robado!. El joven sorprendido, replicó: ¡No he robado ninguna bolsa!. Le repito que no he tomado ninguna bolsa! , Afirmó el muchacho.

El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: ¡Deténte! El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, dijo que no a la falsa acusación. Este quedó anonadado, y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje.
 
Cuándo la Ermita quedó a solas, Cristo Se dirigió a su siervo y le dijo: -" Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio".
 
Señor, dijo Haakon, ¿Cómo iba a permitir esa injusticia?. Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la cruz. El Señor, siguió hablando: - "Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo." Y el señor nuevamente guardó silencio.

Muchas veces nos preguntamos por qué razón Dios no nos contesta.... Por qué razón se queda callado? Muchos de nosotros quisiéramos que él nos respondiera lo que deseamos oír... pero, Dios no es así. Dios nos responde aún con el silencio... Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, él sabe lo que esta haciendo.
 
En su silencio nos dice con amor: ¡CONFIAD EN MI, QUE SÉ BIEN LO QUE DEBO HACER!.

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